sábado, 9 de septiembre de 2017

Sword of the Samurai: Quiero ser Shogun en lugar del Shogun.


Sengoku Jidai.
El período de los Estados Combatientes. Este término, cogido prestado del período histórico que acabó con la unificación de China bajo la dinastía Qing, hace referencia a los años comprendidos entre 1467 y 1600 de la Historia de Japón. Probablemente, esta sea la época más convulsa que jamás haya vivido el archipiélago nipón. Los clanes que salpicaban la geografía del país del Sol Naciente luchaban en una guerra total por hacerse con el codiciado título de Shogun: gobernador militar con un poder inimaginable resultado de la debilitación de la figura como gobernante del emperador. El clan que ostentaba este título, los Ashikaga, había perdido tanta fuerza y prestigio que los daimyo más ambiciosos de Japón vieron la oportunidad de ostentar este rango. El primero que lo consiguió fue el legendario Oda Nobunaga, que además realizó la primera unificación del país. Sin embargo, su éxito no duró mucho puesto que uno de sus lugartenientes, Akechi Mitsuhide, tenía una cuenta pendiente con su señor, cuenta que acabó saldándose con el asesinato de Nobunaga. Recogería el testigo Toyotomi Hideyoshi, cuyos conocimientos estratégicos eran inversamente proporcionales a su belleza física (no le llamaban “el Mono” porque fuera muy agradable a la vista, precisamente). Este genio de la guerra consiguió consolidar lo que Nobunaga quería haber realizado si no hubiera cabreado a Mitsuhide. No obstante, tras la muerte de Hideyoshi, una nueva figura histórica hará acto de presencia: Tokugawa Ieyasu. Daimyo del clan Tokugawa, conseguiría definitivamente el título de Shogun tras su victoria en Sekigahara, en el año 1600. Esto llevaría al gobierno de Japón por parte de este clan hasta el año 1869, con el final de las guerras Boshin y el restablecimiento de la figura del emperador como máximo gobernante por parte del emperador Mutsuhito y sus reformas que modernizaron el país en lo que se conoce como restauración Meiji.

El Sengoku Jidai ha sido reflejado en los videojuegos numerosas veces.
Seguro que el primer juego que se te viene a la cabeza es Shogun Total War, de The Creative Assembly, y su inmejorable segunda parte pero también hay otros títulos que versan sobre el tema. Ahí tienes los Nobunaga's Ambition, de Koei, o uno de los padres del género del sigilo y la infiltración: Tenchu.
No obstante, el juego que vengo a analizar no es ninguno de éstos. Poneos vuestro kabuto y agarrad con fuerza vuestra naginata, que aquí llega Sword of the Samurai (SOTS, a partir de ahora).

SOTS forma parte de la colección de videojuegos que Microprose lanzó a finales de los 80 y principios de los 90 cuya característica principal era que la historia transcurría a través de diversos minijuegos. Ya analicé en el blog uno de estos juegos: Sid Meier's Covert Action. También forma parte de esta “saga” el inolvidable Sid Meier's Pirates.

En SOTS comenzamos siendo un samurai vasallo de un hatamoto: uno de los lugartenientes del daimyo del clan al que pertenecemos. Nuestra misión es ir subiendo puestos en la escala social. Primero, debemos ser nombrados hatamoto. Después, daimyo del clan para, finalmente, ir a la conquista del archipiélago para reclamar el título de Shogun.
Al comenzar, debemos crear a nuestra familia. Ser Shogun es un proceso lento que puede durar varias generaciones, siendo una de las mecánicas del juego asegurarnos de tener descendencia para no caer en el olvido casándonos con las hijas de nuestros rivales o a través de bodas concertadas por una celestina.
Primero, deberás elegir a que clan sirves. Prácticamente, todos los clanes conocidos de la época están disponibles y cada uno de ellos, al igual que tu familia, posee ventajas. Por ejemplo, de todos es bien sabido que los Uesugi cuentan con el mejor ejército de todo Japón.
A continuación, debemos elegir cual será la especialidad de nuestra familia. Existen cuatro: Esgrima (mejora nuestra capacidad y aguante en los duelos y en las escenas de acción), Mando (ideal para la batalla), Honor (fundamental, ya que el honor es lo que nos hará ir subiendo puestos en la escala de mando) y Tierras (que muestra lo bueno que eres manteniendo tus feudos).
Cuando hayas elegido la ventaja de tu familia, podrás ponerle nombre a tu primer personaje y a jugar.

 Mira si el juego es original que cada nivel de dificultad
 está representado por un tipo de arma blanca.

Después de haber creado todo a tu gusto, tu señor (en este caso, uno de los cuatro hatamoto de tu daimyo) se presentará y te realizará una breve descripción de cada uno de tus tres rivales. ¿Pensabas que ibas a estar solo? No, hombre. Debes pugnar con otros tres samurai por tan jugoso puesto. Lo mismo ocurrirá cuando seas nombrado hatamoto. Si consigues obtener el puesto de daimyo de tu clan, el juego se tornará en un gigantesco wargame (básicamente, una versión 0.1 de Shogun Total War) en el que deberás conquistar por lo menos 24 provincias, siendo requisito indispensable que una de ellas sea Omi, pues es donde reside el emperador.

¿Cómo llegar a ser Shogun?
En el juego, comienzas en tu propio feudo. Aquí tienes disponibles varias opciones, que van desde equipar a más samurai para tener un mayor ejército hasta entrenarte en el arte del kenjutsu (esgrima) o entrenar a tus tropas para que no estén ociosas. También puedes subir el impuesto sobre el arroz para obtener más tierras ya que el tamaño de tu ejército depende del tamaño de tu feudo pero ten mucho cuidado, pues esto no le hace mucha gracia a los campesinos y si los presionas demasiado puede que estalle una rebelión. Si te sientes realmente generoso, puedes donar parte de tus tierras al templo budista más cercano. Perderás hombres al no tener tierras suficientes para mantenerlos pero ganarás honor.
La última opción disponible es viajar. Aquí es donde podemos movernos por las diferentes provincias que conforman Japón y es la única forma de visitar a otros samurai o a nuestro señor. En el transcurso de nuestros viajes surgirán encuentros aleatorios de diferente índole que podemos evitar o entrar de lleno en ellos. Participar en una batalla puede reportarnos honor pero debemos ser conscientes de nuestra propia capacidad, no vaya a ser que muramos tontamente en combate. Estos encuentros se basan en dos minijuegos: duelo o combate.

 El Japón del siglo XVI es un mundo peligroso. Muy peligroso.

El primero de ellos ocurre cuando nos encontramos con alguien dispuesto a batirse en combate singular con nosotros. Este minijuego es una especie de juego de lucha pero con nuestro personaje de espaldas a nosotros. Utilizando las teclas de ataque y movimiento, podemos realizar varios ataques y defensas. Nuestro objetivo es llenar el contador de heridas de nuestro oponente evitando que él haga lo propio con el nuestro. Si conseguimos vencer, ganaremos honor. La IA de nuestro contrincante y la mecánica del duelo está magistralmente hecha. Se nota que quien está detrás de su programación no es otro que un jovencísimo Sid Meier. La única pega que pondría a este minijuego es que si te acercas demasiado al borde inferior de la pantalla, el juego toma esta acción como que has huido y perderás una gran cantidad de honor. Por eso, es preciso llevar mucho cuidado si nos movemos hacia esta dirección.

¡SLASH! ¡SWISH! ¡CLANG!

El segundo de estos minijuegos es el de acción.
Ante ti aparece tu personaje en perspectiva cenital en el lugar donde se desarrolla la acción: una aldea, un campo de arroz, un castillo, etc. Como si se tratase de una versión samurai de The Legend of Zelda, debes hacer frente a un número de enemigos que vienen a por ti. Manejas a tu personaje con los cursores y la tecla de ataque. Si te encuentras a un enemigo en la distancia, tu personaje utilizará el arco para atacar, mientras que desenfundará su espada cuando un asqueroso ronin se le ponga delante de las narices. Una de las cosas que más me ha llamado la atención de este modo es que el terreno influye en el movimiento de tu personaje y sus enemigos. Intenta andar por un campo de arroz anegado y verás lo que es el sufrimiento. Además, la IA es sorprendetemente creativa. Sabe cuando atacar, pillarte desprevenido, flanquearte e, incluso, huir en caso de ver a sus compañeros siendo masacrados sin piedad. La variedad de enemigos es sorprendente: samurai, lanceros, arqueros, arcabuceros (se diferencian de los arqueros en que puedes esquivar las flechas, no las balas) y ninjas (que tienen la mala costumbre de aparecer cuando están delante de tus narices). Tu personaje posee solo dos puntos de vida. Si es herido, le costará moverse mientras que si recibe otro golpe, caerá al suelo inconsciente. Por cierto, luchar en el interior de un castillo es un infierno realmente divertido, además de que puedes entrar en sus habitaciones y existen sistemas de alarma que alertan a sus moradores de tu presencia.

Si aprecias tu vida, será mejor que esquives esa lanza.

Si visitamos a otros samurai, tendremos la opción de insultarlos para ganarnos su odio o de invitarlos a una ceremonia del té para limar asperezas. Esto da un toque de diplomacia al juego, ya que si atacamos a uno de nuestros “compañeros” podemos argüir que lo hacíamos en defensa propia. Además, si un samurai tiene una hija casadera, podemos concertar un matrimonio.
En el caso de ver a nuestro señor, tenemos la opción de realizar alguno de los encargos que pide para poder ganarnos su simpatía.

Para entrar en batalla, debemos viajar con nuestro ejército.
Esto es algo arriesgado, pues nuestros enemigos pueden aprovechar que no hay nadie en nuestras tierras para atacarnos (el juego no tiene en cuenta que era costumbre en la época instruir a las mujeres en combate para que defendieran el feudo mientras sus maridos estaban fuera).
También podemos entrar en batalla si nuestro feudo está siendo atacado pero tenemos a nuestro ejército apostado en el lugar.
Cuando llegamos a una localización, podemos usar nuestro ejército para ayudar a un amigo en apuros o conquistar los feudos de otros samurai. También podemos usarlo para defender nuestra provincia del ataque de otros clanes, revueltas o los puñeteros sohei, que lo único que hacen es dar la brasa, cuando nuestro daimyo lo requiera.
El minijuego de batallas es un wargame en tiempo real al uso. Comenzamos con nuestras tropas desplegadas en el campo de batalla. Al principio, se nos pide qué formación queremos adoptar y, si somos atacantes, que camino tomar para llegar al enemigo. Cuando terminemos esta configuración, nuestras tropas se lanzarán al ataque. Durante la batalla, podremos seleccionarlas y darles nuevas órdenes. Una característica sorprendente para un juego de esta época es que el terreno influye en el movimiento de las unidades, siendo más trabajoso moverse por zonas pantanosas que por pradera. Además, se pueden camuflar tropas en los bosques, pudiendo crear auténticas emboscadas. El juego también tiene en cuenta la moral de las tropas, que saldrán por piernas en cuanto la cosa se ponga fea.
Por supuesto, también tiene sus contras. Las unidades pueden quedarse atascadas si se juntan unas con otras, sin la posibilidad de moverse entre ellas para esquivarse. Tampoco puedes elegir qué tropas quieres posicionar en la batalla. Eso depende más del tamaño de tu ejército. A mayor cantidad de hombres, más tipos de tropas serán a las que tengas acceso. Las clases de unidades son lanceros, caballería, arqueros y arcabuceros. No hay mucho donde escoger pero, oye, menos da una piedra.

 
Espero que hayas estudiado a Sun Tzu.

La tercera forma de viajar es disfrazado de ronin, o sea, como un samurai que ha perdido a su señor.
Lo malo de esta forma de viajar es que no recibirás honor si realizas un acto de valor porque nadie te va a reconocer. La parte buena es que es aquí donde puedes convertirte en un Maquiavelo japonés llevando a cabo la máxima de que el fin justifica los medios. En cristiano: te permite acceder a los actos de subterfugio. Asesinar a tus rivales, secuestrar a miembros de su familia, colocar pruebas incriminatorias para que sean acusados de un crimen que no cometieron, etc. Todas estas barrabasadas son las que puedes realizar para alcanzar tu sueño de ser Shogun de la forma menos ética posible. Vale, también puedes ir vestido de ronin para rescatar a alguien de tu familia.
Estas acciones de espionaje, que se realizan a través del minijuego de combate, tienen un contra: si eres descubierto, la deshonra es tal que tu señor te obligará a cometer seppuku. Ya sabes, el suicidio por honor, excepto si has rescatado a miembros de tu propia familia, que eso es legítimo hacerlo. Así que ándate con ojo y piensa bien si merece la pena colocar unos documentos de sospechosa procedencia que dicen que uno de tus rivales ha estado haciendo tratos con el clan rival al lado de su almohada.

El espionaje es de cobardes pero da un gustirrinín...

Para ayudarte en tu camino hacia el shogunado, el juego viene con tres menús de información accesibles a través de las teclas de función y que amplian aún más el carácter estratégico del juego.
El primero te muestra a ti y a tus rivales. Si eliges uno de los retratos, puedes recibir información detallada de cada uno de ellos: familia, tierras, edad, tamaño de sus ejércitos, etc. Además, su posición en el menú principal indica quién está más cerca de subir de rango.
El segundo es un mapa de Japón que te indica en qué provincia te encuentras. Este menú será muy importante cuando te conviertas en el daimyo de tu clan, ya que te permite viajar de una provincia a otra rápidamente, además de decirte cuántas están bajo tu poder.
El tercero es solo una evaluación rápida de qué es lo que estáis haciendo tú y tus rivales en ese mismo momento y qué encargos de tu señor están disponibles.

Al finalizar la partida, que sucede cuando has conquistado el número de provincias mínimas para activar la opción de reclamar el título de Shogun, se te mostrará una pantalla en la que se te describirá cómo la Historia ha visto tu gobierno. Lo curioso de todo es que el juego incluye diversos factores a la hora de puntuarte. Uno de ellos es el número de provincias que te has dejado sin conquistar. Si son muchas y pertenecientes a clanes poderosos, puede ocurrir que lo que tú creías era una victoria aplastante se transforme en una pírrica, pues se te dirá que varios daimyo unieron sus fuerzas para derrocarte años después (si Oda Nobunaga no pudo disfrutar de su shogunado, tú tampoco). Esto hace que los jugadores se tomen en serio el objetivo final del juego y no vayan como pollo sin cabeza a la hora de alcanzarlo. Si tienes que tirarte más tiempo conquistando las provincias de otros clanes que puedan ser un peligro para tu gobierno antes de proclamarte Shogun, hazlo.

¿Serás capaz de conquistar todo Japón?

Todo lo que aparece en el juego se controla con el teclado o con un joystick. Por aquel entonces, no existían los ratones. Al principio te resultará raro jugar de esta manera y más cuando tienes que mover el cursor con forma de abanico en el minijuego de batallas pero, tranquilo, te acostumbrarás. Eso sí, no puedes reconfigurar las teclas, por lo que es recomendable que leas el suplemento técnico que viene con el manual. Sí, en aquellos tiempos, además del manual, el juego venía con suplementos de instalación y demás.

En cuanto a los gráficos, bueno, es un juego de finales de los 80. No le pidas más. Entre las opciones de tarjeta gráfica que aparecen al principio del juego, recomiendo jugar con una VGA a 256 colores. Cabe mencionar que tanto los retratos de los personajes como las escenas que aparecen a lo largo del juego están dibujadas con el estilo de las ilustraciones japonesas del siglo XVI. Son preciosas y te meten de lleno en la atmósfera de la época. Decir también que, excepto el de tu personaje, los retratos de los diferentes señores y samurai son aleatorios, con lo que no tienes la sensación de estar enfrentándote a los mismos rivales una y otra vez. Eso sí, las ilustraciones de los fondos son pocas y aunque bellas de contemplar, pueden llegar a ser repetitivas para algunas personas.

 Las imágenes que acompañan al texto son auténticas obras de arte.

En el plano sonoro, el juego utiliza la misma tarjeta de sonido tanto para la música como para los sonidos. Recomendable elegir Adlib, puesto que el sonido del juego fue compuesto expresamente para esta tarjeta. Puedes elegir una Roland pero aunque la música tendrá mejor definición, los sonidos pasarán de ser unos SLASH o PLONK a un gong sin ningún tipo de sentido.
La banda sonora, a pesar de tener pocos temas, es sensacional y consigue emular el sonido característico de la música tradicional japonesa. Mi tema favorito es el del minijuego de batallas, un vibrante tema en el que la tarjeta de sonido copia el sonido inconfundible de un conjunto de taiko, los gigantescos tambores japoneses.

Sword of the Samurai es un clasicazo que sigue siendo divertido a día de hoy. Te sorprenderás de lo adictivo que es, haciendo que los jugadores más tiquismiquis con el apartado gráfico se sumerjan en el convulso mundo del Japón del Sengoku Jidai.
¿Serás el próximo Shogun?
¡No dejes de jugar!

Imágenes procedentes de Mobygames.

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