Sengoku Jidai.
El período de los Estados
Combatientes. Este término, cogido prestado del período histórico
que acabó con la unificación de China bajo la dinastía Qing, hace
referencia a los años comprendidos entre 1467 y 1600 de la Historia
de Japón. Probablemente, esta sea la época más convulsa que jamás
haya vivido el archipiélago nipón. Los clanes que salpicaban la
geografía del país del Sol Naciente luchaban en una guerra total
por hacerse con el codiciado título de Shogun: gobernador militar
con un poder inimaginable resultado de la debilitación de la figura
como gobernante del emperador. El clan que ostentaba este título,
los Ashikaga, había perdido tanta fuerza y prestigio que los daimyo
más ambiciosos de Japón vieron la oportunidad de ostentar este
rango. El primero que lo consiguió fue el legendario Oda Nobunaga,
que además realizó la primera unificación del país. Sin embargo,
su éxito no duró mucho puesto que uno de sus lugartenientes, Akechi
Mitsuhide, tenía una cuenta pendiente con su señor, cuenta que
acabó saldándose con el asesinato de Nobunaga. Recogería el
testigo Toyotomi Hideyoshi, cuyos conocimientos estratégicos eran
inversamente proporcionales a su belleza física (no le llamaban “el
Mono” porque fuera muy agradable a la vista, precisamente). Este
genio de la guerra consiguió consolidar lo que Nobunaga quería
haber realizado si no hubiera cabreado a Mitsuhide. No obstante, tras
la muerte de Hideyoshi, una nueva figura histórica hará acto de
presencia: Tokugawa Ieyasu. Daimyo del clan Tokugawa, conseguiría
definitivamente el título de Shogun tras su victoria en Sekigahara,
en el año 1600. Esto llevaría al gobierno de Japón por parte de
este clan hasta el año 1869, con el final de las guerras Boshin y el
restablecimiento de la figura del emperador como máximo gobernante
por parte del emperador Mutsuhito y sus reformas que modernizaron el
país en lo que se conoce como restauración Meiji.
El Sengoku Jidai ha sido reflejado en
los videojuegos numerosas veces.
Seguro que el primer juego que se te
viene a la cabeza es Shogun Total War, de The Creative
Assembly, y su inmejorable segunda parte pero también hay otros
títulos que versan sobre el tema. Ahí tienes los Nobunaga's
Ambition, de Koei, o uno de los padres del género del sigilo y
la infiltración: Tenchu.
No obstante, el juego que vengo a
analizar no es ninguno de éstos. Poneos vuestro kabuto y agarrad con
fuerza vuestra naginata, que aquí llega Sword of the Samurai
(SOTS, a partir de ahora).
SOTS forma parte de la colección de
videojuegos que Microprose lanzó a finales de los 80 y principios de
los 90 cuya característica principal era que la historia transcurría
a través de diversos minijuegos. Ya analicé en el blog uno de estos
juegos: Sid Meier's Covert Action. También forma parte de
esta “saga” el inolvidable Sid Meier's Pirates.
En SOTS comenzamos siendo un samurai
vasallo de un hatamoto: uno de los lugartenientes del daimyo del clan
al que pertenecemos. Nuestra misión es ir subiendo puestos en la
escala social. Primero, debemos ser nombrados hatamoto. Después,
daimyo del clan para, finalmente, ir a la conquista del archipiélago
para reclamar el título de Shogun.
Al comenzar, debemos crear a nuestra
familia. Ser Shogun es un proceso lento que puede durar varias
generaciones, siendo una de las mecánicas del juego asegurarnos de
tener descendencia para no caer en el olvido casándonos con las
hijas de nuestros rivales o a través de bodas concertadas por una
celestina.
Primero, deberás elegir a que clan
sirves. Prácticamente, todos los clanes conocidos de la época están
disponibles y cada uno de ellos, al igual que tu familia, posee
ventajas. Por ejemplo, de todos es bien sabido que los Uesugi cuentan
con el mejor ejército de todo Japón.
A continuación, debemos elegir cual
será la especialidad de nuestra familia. Existen cuatro: Esgrima
(mejora nuestra capacidad y aguante en los duelos y en las escenas de
acción), Mando (ideal para la batalla), Honor (fundamental, ya que
el honor es lo que nos hará ir subiendo puestos en la escala de
mando) y Tierras (que muestra lo bueno que eres manteniendo tus
feudos).
Cuando hayas elegido la ventaja de tu
familia, podrás ponerle nombre a tu primer personaje y a jugar.
Mira si el juego es original que cada nivel de dificultad
está representado por un tipo de arma blanca.
Después de haber creado todo a tu
gusto, tu señor (en este caso, uno de los cuatro hatamoto de tu
daimyo) se presentará y te realizará una breve descripción de cada
uno de tus tres rivales. ¿Pensabas que ibas a estar solo? No,
hombre. Debes pugnar con otros tres samurai por tan jugoso puesto. Lo
mismo ocurrirá cuando seas nombrado hatamoto. Si consigues obtener
el puesto de daimyo de tu clan, el juego se tornará en un gigantesco
wargame (básicamente, una versión 0.1 de Shogun Total War)
en el que deberás conquistar por lo menos 24 provincias, siendo
requisito indispensable que una de ellas sea Omi, pues es donde
reside el emperador.
¿Cómo llegar a ser Shogun?
En el juego, comienzas en tu propio
feudo. Aquí tienes disponibles varias opciones, que van desde
equipar a más samurai para tener un mayor ejército hasta entrenarte
en el arte del kenjutsu (esgrima) o entrenar a tus tropas para que no
estén ociosas. También puedes subir el impuesto sobre el arroz para
obtener más tierras ya que el tamaño de tu ejército depende del
tamaño de tu feudo pero ten mucho cuidado, pues esto no le hace
mucha gracia a los campesinos y si los presionas demasiado puede que
estalle una rebelión. Si te sientes realmente generoso, puedes donar
parte de tus tierras al templo budista más cercano. Perderás
hombres al no tener tierras suficientes para mantenerlos pero ganarás
honor.
La última opción disponible es
viajar. Aquí es donde podemos movernos por las diferentes provincias
que conforman Japón y es la única forma de visitar a otros samurai
o a nuestro señor. En el transcurso de nuestros viajes surgirán
encuentros aleatorios de diferente índole que podemos evitar o
entrar de lleno en ellos. Participar en una batalla puede reportarnos
honor pero debemos ser conscientes de nuestra propia capacidad, no
vaya a ser que muramos tontamente en combate. Estos encuentros se
basan en dos minijuegos: duelo o combate.
El Japón del siglo XVI es un mundo peligroso. Muy peligroso.
El primero de ellos ocurre cuando nos
encontramos con alguien dispuesto a batirse en combate singular con
nosotros. Este minijuego es una especie de juego de lucha pero con
nuestro personaje de espaldas a nosotros. Utilizando las teclas de
ataque y movimiento, podemos realizar varios ataques y defensas.
Nuestro objetivo es llenar el contador de heridas de nuestro oponente
evitando que él haga lo propio con el nuestro. Si conseguimos
vencer, ganaremos honor. La IA de nuestro contrincante y la mecánica
del duelo está magistralmente hecha. Se nota que quien está detrás
de su programación no es otro que un jovencísimo Sid Meier. La
única pega que pondría a este minijuego es que si te acercas
demasiado al borde inferior de la pantalla, el juego toma esta acción
como que has huido y perderás una gran cantidad de honor. Por eso,
es preciso llevar mucho cuidado si nos movemos hacia esta dirección.
El segundo de estos minijuegos es el de
acción.
Ante ti aparece tu personaje en
perspectiva cenital en el lugar donde se desarrolla la acción: una
aldea, un campo de arroz, un castillo, etc. Como si se tratase de una
versión samurai de
The Legend of Zelda, debes hacer frente a
un número de enemigos que vienen a por ti. Manejas a tu personaje
con los cursores y la tecla de ataque. Si te encuentras a un enemigo
en la distancia, tu personaje utilizará el arco para atacar,
mientras que desenfundará su espada cuando un asqueroso ronin se le
ponga delante de las narices. Una de las cosas que más me ha llamado
la atención de este modo es que el terreno influye en el movimiento
de tu personaje y sus enemigos. Intenta andar por un campo de arroz
anegado y verás lo que es el sufrimiento. Además, la IA es
sorprendetemente creativa. Sabe cuando atacar, pillarte desprevenido,
flanquearte e, incluso, huir en caso de ver a sus compañeros siendo
masacrados sin piedad. La variedad de enemigos es sorprendente:
samurai, lanceros, arqueros, arcabuceros (se diferencian de los
arqueros en que puedes esquivar las flechas, no las balas) y ninjas
(que tienen la mala costumbre de aparecer cuando están delante de
tus narices). Tu personaje posee solo dos puntos de vida. Si es
herido, le costará moverse mientras que si recibe otro golpe, caerá
al suelo inconsciente. Por cierto, luchar en el interior de un
castillo es un infierno realmente divertido, además de que puedes
entrar en sus habitaciones y existen sistemas de alarma que alertan a
sus moradores de tu presencia.
Si aprecias tu vida, será mejor que esquives esa lanza.
Si visitamos a otros samurai, tendremos
la opción de insultarlos para ganarnos su odio o de invitarlos a una
ceremonia del té para limar asperezas. Esto da un toque de
diplomacia al juego, ya que si atacamos a uno de nuestros
“compañeros” podemos argüir que lo hacíamos en defensa propia.
Además, si un samurai tiene una hija casadera, podemos concertar un
matrimonio.
En el caso de ver a nuestro señor,
tenemos la opción de realizar alguno de los encargos que pide para
poder ganarnos su simpatía.
Para entrar en batalla, debemos viajar
con nuestro ejército.
Esto es algo arriesgado, pues nuestros
enemigos pueden aprovechar que no hay nadie en nuestras tierras para
atacarnos (el juego no tiene en cuenta que era costumbre en la época
instruir a las mujeres en combate para que defendieran el feudo
mientras sus maridos estaban fuera).
También podemos entrar en batalla si
nuestro feudo está siendo atacado pero tenemos a nuestro ejército
apostado en el lugar.
Cuando llegamos a una localización,
podemos usar nuestro ejército para ayudar a un amigo en apuros o
conquistar los feudos de otros samurai. También podemos usarlo para
defender nuestra provincia del ataque de otros clanes, revueltas o
los puñeteros sohei, que lo único que hacen es dar la brasa, cuando
nuestro daimyo lo requiera.
El minijuego de batallas es un wargame
en tiempo real al uso. Comenzamos con nuestras tropas desplegadas en
el campo de batalla. Al principio, se nos pide qué formación
queremos adoptar y, si somos atacantes, que camino tomar para llegar
al enemigo. Cuando terminemos esta configuración, nuestras tropas se
lanzarán al ataque. Durante la batalla, podremos seleccionarlas y
darles nuevas órdenes. Una característica sorprendente para un
juego de esta época es que el terreno influye en el movimiento de
las unidades, siendo más trabajoso moverse por zonas pantanosas que
por pradera. Además, se pueden camuflar tropas en los bosques,
pudiendo crear auténticas emboscadas. El juego también tiene en
cuenta la moral de las tropas, que saldrán por piernas en cuanto la
cosa se ponga fea.
Por supuesto, también tiene sus
contras. Las unidades pueden quedarse atascadas si se juntan unas con
otras, sin la posibilidad de moverse entre ellas para esquivarse.
Tampoco puedes elegir qué tropas quieres posicionar en la batalla.
Eso depende más del tamaño de tu ejército. A mayor cantidad de
hombres, más tipos de tropas serán a las que tengas acceso. Las
clases de unidades son lanceros, caballería, arqueros y arcabuceros.
No hay mucho donde escoger pero, oye, menos da una piedra.
Espero que hayas estudiado a Sun Tzu.
La tercera forma de viajar es
disfrazado de ronin, o sea, como un samurai que ha perdido a su
señor.
Lo malo de esta forma de viajar es que
no recibirás honor si realizas un acto de valor porque nadie te va a
reconocer. La parte buena es que es aquí donde puedes convertirte en
un Maquiavelo japonés llevando a cabo la máxima de que el fin
justifica los medios. En cristiano: te permite acceder a los actos de
subterfugio. Asesinar a tus rivales, secuestrar a miembros de su
familia, colocar pruebas incriminatorias para que sean acusados de un
crimen que no cometieron, etc. Todas estas barrabasadas son las que
puedes realizar para alcanzar tu sueño de ser Shogun de la forma
menos ética posible. Vale, también puedes ir vestido de ronin para
rescatar a alguien de tu familia.
Estas acciones de espionaje, que se
realizan a través del minijuego de combate, tienen un contra: si
eres descubierto, la deshonra es tal que tu señor te obligará a
cometer seppuku. Ya sabes, el suicidio por honor, excepto si has
rescatado a miembros de tu propia familia, que eso es legítimo
hacerlo. Así que ándate con ojo y piensa bien si merece la pena
colocar unos documentos de sospechosa procedencia que dicen que uno
de tus rivales ha estado haciendo tratos con el clan rival al lado de
su almohada.
El espionaje es de cobardes pero da un gustirrinín...
Para ayudarte en tu camino hacia el
shogunado, el juego viene con tres menús de información accesibles
a través de las teclas de función y que amplian aún más el
carácter estratégico del juego.
El primero te muestra a ti y a tus
rivales. Si eliges uno de los retratos, puedes recibir información
detallada de cada uno de ellos: familia, tierras, edad, tamaño de
sus ejércitos, etc. Además, su posición en el menú principal
indica quién está más cerca de subir de rango.
El segundo es un mapa de Japón que te
indica en qué provincia te encuentras. Este menú será muy
importante cuando te conviertas en el daimyo de tu clan, ya que te
permite viajar de una provincia a otra rápidamente, además de
decirte cuántas están bajo tu poder.
El tercero es solo una evaluación
rápida de qué es lo que estáis haciendo tú y tus rivales en ese
mismo momento y qué encargos de tu señor están disponibles.
Al finalizar la partida, que sucede
cuando has conquistado el número de provincias mínimas para activar
la opción de reclamar el título de Shogun, se te mostrará una
pantalla en la que se te describirá cómo la Historia ha visto tu
gobierno. Lo curioso de todo es que el juego incluye diversos
factores a la hora de puntuarte. Uno de ellos es el número de
provincias que te has dejado sin conquistar. Si son muchas y
pertenecientes a clanes poderosos, puede ocurrir que lo que tú
creías era una victoria aplastante se transforme en una pírrica,
pues se te dirá que varios daimyo unieron sus fuerzas para
derrocarte años después (si Oda Nobunaga no pudo disfrutar de su
shogunado, tú tampoco). Esto hace que los jugadores se tomen en
serio el objetivo final del juego y no vayan como pollo sin cabeza a
la hora de alcanzarlo. Si tienes que tirarte más tiempo conquistando
las provincias de otros clanes que puedan ser un peligro para tu
gobierno antes de proclamarte Shogun, hazlo.
¿Serás capaz de conquistar todo Japón?
Todo lo que aparece en el juego se
controla con el teclado o con un joystick. Por aquel entonces, no
existían los ratones. Al principio te resultará raro jugar de esta
manera y más cuando tienes que mover el cursor con forma de abanico
en el minijuego de batallas pero, tranquilo, te acostumbrarás. Eso
sí, no puedes reconfigurar las teclas, por lo que es recomendable
que leas el suplemento técnico que viene con el manual. Sí, en
aquellos tiempos, además del manual, el juego venía con suplementos
de instalación y demás.
En cuanto a los gráficos, bueno, es un
juego de finales de los 80. No le pidas más. Entre las opciones de
tarjeta gráfica que aparecen al principio del juego, recomiendo
jugar con una VGA a 256 colores. Cabe mencionar que tanto los
retratos de los personajes como las escenas que aparecen a lo largo
del juego están dibujadas con el estilo de las ilustraciones
japonesas del siglo XVI. Son preciosas y te meten de lleno en la
atmósfera de la época. Decir también que, excepto el de tu
personaje, los retratos de los diferentes señores y samurai son
aleatorios, con lo que no tienes la sensación de estar enfrentándote
a los mismos rivales una y otra vez. Eso sí, las ilustraciones de
los fondos son pocas y aunque bellas de contemplar, pueden llegar a
ser repetitivas para algunas personas.
Las imágenes que acompañan al texto son auténticas obras de arte.
En el plano sonoro, el juego utiliza la
misma tarjeta de sonido tanto para la música como para los sonidos.
Recomendable elegir Adlib, puesto que el sonido del juego fue
compuesto expresamente para esta tarjeta. Puedes elegir una Roland
pero aunque la música tendrá mejor definición, los sonidos pasarán
de ser unos SLASH o PLONK a un gong sin ningún tipo de sentido.
La banda sonora, a pesar de tener pocos
temas, es sensacional y consigue emular el sonido característico de
la música tradicional japonesa. Mi tema favorito es el del minijuego
de batallas, un vibrante tema en el que la tarjeta de sonido copia el
sonido inconfundible de un conjunto de taiko, los gigantescos
tambores japoneses.
Sword of the Samurai es un
clasicazo que sigue siendo divertido a día de hoy. Te sorprenderás
de lo adictivo que es, haciendo que los jugadores más tiquismiquis
con el apartado gráfico se sumerjan en el convulso mundo del Japón
del Sengoku Jidai.
¿Serás el próximo Shogun?
¡No dejes de jugar!
Imágenes procedentes de Mobygames.