Probablemente, la mayoría de los que
están leyendo esta entrada se adentraron en el mundo de los
videojuegos a través del género conocido como plataformas. Eran los
juegos más comunes en las primeras décadas de vida del ocio
electrónico y eran los que menos costaban de comprender para mentes
infantiles como las nuestras. Simplemente pulsa un botón para
avanzar, otro para disparar y un último para saltar. Pese a su
simplicidad, este género podía llegar a dar horas de
entretenimiento, más cuando te quedabas atascado en un nivel (y creo
que no soy el único que odia los niveles acuáticos).
Cuando hablo de plataformeo, lo primero
que se te puede venir a la mente son a los dos grandes exponentes del
género: Mario y Sonic. El fontanero italiano de Nintendo y el erizo
azul de Sega son dos de los mayores iconos de esta forma de entender
los videojuegos, al igual que Duke Nukem en la acción o Solid Snake
en el tema del sigilo.
Las consolas de los dos titanes de los
videojuegos a principios de los 90 tenían a sus mascotas pero, ¿qué
pasaba con aquellos que nos criamos con un teclado y un ratón entre
las manos? El PC no tenía un claro representante en cuanto se
refería a este género. Sí, habían salido juegos de este tipo muy
buenos, como la saga Commander Keen o BioMenace, pero nadie
identificaba al plataformeo en ordenador con los protagonistas de
estos videojuegos. Hasta que en 1994, Epic Megagames nos presentó a
un conejo de color verde con nombre de género de música ligera.
Vale, lo admito: la portada dejaba bastante que desear. Fuente
Plataformas en PC es sinónimo de Jazz
Jackrabbit.
Como ya he dicho, fue desarrollado por
Epic, siendo sus creadores Arjan Brusee y un jovencísimo Cliff
Bleszinski antes de que se obsesionara con los hombres
hipermusculados armados con armas que se parecen sospechosamente a
las usadas por el Adeptus Astartes.
Tuve la suerte de tener mi primer
encuentro con este juego cuando mi primo Sergio se compró la versión
shareware en disquete que contenía el primer capítulo, distribuida
en España por Friendware. Para los que no lo sepan, shareware era
una forma de distribución de videojuegos bastante común a
principios de los 90. Consistía en que la compañía publicaba el
juego por episodios. Si te gustaba, podías encargar el siguiente
episodio o comprarlos todos de una tacada. La segunda opción
reportaba también regalos tales como guías del juego o
merchandising. Ríete tú de los DLCs o de Kickstarter.
No pude jugar al juego completo hasta
que un colega mío, Raúl, me lo instaló en mi primer PC en su
versión CD con todos los episodios más los extras en forma de
nuevos capítulos y las ediciones de Navidad (sí, existía una
versión del juego que cambiaba los sprites originales por bonitas
estampas navideñas. Los 90, amigo).
El juego fue todo un éxito, tanto
entre la crítica como entre el público, contando con dos secuelas.
Desgraciadamente, la tercera nunca fue publicada aunque existen
sitios en Internet donde puedes descargarte la beta del primer nivel
aunque recomiendo precaución. Nunca sabes qué puede llevar ese
bonito archivo que te acabas de descargar con toda la ilusión del
mundo. También existe una versión para Gameboy Advance donde el
protagonista parece una versión en roedor de Han Solo y que no tuvo
mucho éxito por una serie de cambios en la historia realizados por
su desarrolladora, que no era la propia Epic.
Sí, Jazz, yo tampoco puedo creer lo que te hicieron en esta versión. Fuente
¿Y de qué va el juego?
Bien, supongo que conoces a Esopo.
Vale, si eres fruto de la LOGSE, te diré que es uno de los mayores
escritores de la Antigua Grecia, siendo famosas sus fábulas que
siguen maravillándonos hoy en día. Una de las más célebres es La
liebre y la tortuga. Versionada en diferentes ramas artísticas, este
relato habla sobre una liebre que se cree el animal más rápido del
mundo. Una tortuga no está de acuerdo y deciden llevar a cabo una
carrera para demostrarlo. Como es lógico, la liebre es bastante
rápida. Tanto que decide echarse una siestecita a pocos metros de la
meta. Total, la tortuga está donde Cristo perdió la sandalia. Pero,
para cuando abre los ojos, la liebre contempla horrorizada que se ha
quedado dormida demasiado tiempo y que la tortuga está cruzando la
línea de meta como si tal cosa.
Y después de la lección de Historia
de la Literatura Griega, vamos al lío.
Jazz Jackrabbit toma esta historia,
solo que la sitúa en el año 3000. En el espacio. El espacio donde
Devan Shell, líder de las tortugas terroristas, está conquistando
planeta por planeta sin que nadie le oponga resistencia. En una de
sus expediciones, pone los ojos sobre Carrotus, hogar de los conejos.
Sin embargo, los lepóridos son un hueso duro de roer para el
quelonio con ínfulas totalitarias y decide dar un golpe de gracia:
secuestrar a la heredera al trono, la princesa Eva Earlong, y exigir
la rendición absoluta de los ejércitos conejiles a cambio de la
vida de tan importante miembro de la realeza. Obviamente, ni los
carrotusinos (o como se llamen los habitantes de Carrotus) ni la
propia princesa quieren ver su planeta natal en manos de la tortuga
miope. El rey de los conejos decide llevar a cabo una operación de
rescate para recuperar a su amada hija y, de paso, darle una patada
en la concha a Shell. Para ello, escoge al mejor conejo a su servicio
para realizar tan peligrosa misión: Jazz Jackrabbit. Armado con un
rifle, con una bandana atada a su cabeza a lo John Rambo y una
mochila para llevar sus suministros, Jazz se embarca en un viaje
sideral para dar con el paradero de la princesa y liberar los
planetas que han sido conquistados por las tortugas. Alucinante,
¿verdad?
Por si tu cerebro no podía asimilar esta peculiar historia, el juego te la enseñaba por medio de ilustraciones dibujadas en una pizarra. Fuente
El juego se desarrolla como un plataformas noventero al uso.
Cada episodio está dividido en tres
planetas. Cada uno de éstos está dividido, a su vez, en dos fases,
teniendo el último planeta una tercera fase donde nos enfrentaremos
al jefe final del episodio. Durante el recorrido, Jazz hará gala de
su extrema agilidad y velocidad, recordándonos que los chicos de
Epic se inspiraron en Sonic para crear al personaje. Jazz no está
solo en su recorrido por los diferentes planetas que visita. Cada
planeta tiene su propia fauna y flora de seres que quieren verte
morder el polvo, con lo que deberemos usar el rifle con el que vamos
equipados para traerles paz y democracia al estilo de Carrotus (que
es como el americano solo que más rápido). Existen diferentes tipos
de municiones que podemos recoger por los escenarios, entre las que
se cuentan misiles gemelos, napalm o unas curiosas granadas que
rebotan contra todo aquello que chocan hasta explotar. También
podemos hacernos con algunos power-ups, como supervelocidad, vidas,
zanahorias que recargan nuestra barra de vida, escudos y mi favorito:
un loro equipado con un cañón láser (Oh, yeah!). Debemos llegar
hasta el final del nivel esquivando los obstáculos y masacrando a
los enemigos, como en todo buen plataformas, hasta encontrarnos con
un cartel con el jeto de Devan Shell que debemos cambiar por el
nuestro propio para completar la misión (sí, como en Sonic).
También podemos encontrar secretos, como estancias escondidas o un
gran rubí que, al finalizar el nivel, nos teletransportará a la
fase de bonus: un pintoresco escenario en 3D en el que controlaremos
a Jazz como si de un juego de acción en tercera persona se tratase,
teniendo como objetivo recoger el máximo número de diamantes
posibles para ganar un bonus en nuestra puntuación. No tiene más
intríngulis.
Jazz nos demuestra que Marty McFly no es la única persona en el universo que posee un flamante monopatín aerodeslizador. Fuente
Tras esta escueta descripción, es hora del análisis.
La base de todo buen plataformas son
los niveles. El éxito de esta clase de juegos dependerá de si lo
que llamamos comúnmente pistas (yo las llamaba así hasta que mi
vocabulario videojueguil se enriqueció) están diseñadas de forma
coherente pero a la vez desafiante para que el jugador no se pase
quince minutos manteniendo el botón de avanzar pulsado mientras
resopla aburrido delante de la pantalla. Jazz Jackrabbit lo consigue
con unos niveles desafiantes y bien estructurados. La inclusión de
secretos hace que la exploración de cada uno de los planetas que
nuestro verde protagonista visita sea aun más emocionante. Cada uno
de los escenarios está también aderezado con las clásicas trampas
en forma de pinchos y otro elementos peligrosos, amén de los
clásicos saltadores. Además, algunos de ellos cuentan con
características únicas, como las paredes antigravitatorias de
Orbitus o los resbaladizos suelos helados de Nippius. De hecho, el
diseño de los planetas es una pasada. Cada uno tiene su propia
personalidad con sus propios enemigos y riesgos. ¿Quieres ejemplos?
Medivo es un planeta plagado de castillos donde se alojan tortugas
acorazadas y espadas fantasma que sobrevuelan el lugar. Technoir está
basado en este género de la ciencia ficción, que entremezcla alta
tecnología con el cine negro de los años 30 (además de que
Technoir es el nombre del club de baile donde Sarah Connor intenta
despistar a su robótico perseguidor en la primera entrega de
Terminator. ¡Toma referencia al cine de ciencia ficción de los
80!). Turtemple es un gigantesco complejo de templos erigidos por
Devan Shell para rendir culto a su persona porque no tiene abuela.
Letni es un ordenador gigante cuyos moradores basan su bioquímica en
el silicio en lugar del carbono (lee Letni al revés y te llevarás
una informática sorpresa). Scraparap es un gigantesco vertedero
donde la fauna se ha adaptado para convivir con la basura. Y así me
podría pasar todo el día.
Los enemigos están bien colocados y
ninguno de ellos desentona en los lugares donde aparecen, con lo que
no te encontrarás con sorpresas desagradables como enemigos que
aparecen injustamente de la nada para robarte algo de tu preciada
vida.
La selección de sonidos es correcta
para cada elemento que pueblan los escenarios del juego.
En cuanto a la banda sonora, de las
mejores que he escuchado. Alexander Brandon se marca unas brillantes
composiciones claramente inspiradas en la música electrónica de los
80. Los temas se te quedan dentro de la cabeza por años. Mi favorito
siempre ha sido y será el de Medivo, que mezcla esta clase de género
musical con sonidos medievales (lógico, ¿no?).
Fiestaca en el monasterio. Fuente
En cuanto a lo malo, no es que el juego
tenga muchas cosas negativas per sé.
Quizás diría que los gráficos son
algo toscos si los comparamos con otros plataformas de la época. Los
escenarios que vemos en los juegos de la saga Mario o Sonic están
mejor elaborados artísticamente que los de Jazz.
Además, se nota demasiado que Arjan
Brusee se inspiró en Sonic para la jugabilidad. Prácticamente,
podría decirse que Jazz Jackrabbit es simplemente un re-skin de los
juegos protagonizados por la mascota de Sega. Jazz se mueve igual que
Sonic, excepto que el conejo puede usar su rifle para atacar y no
puede lanzarse en forma de esfera contra el enemigo. De hecho,
Diamondus (el primer planeta del primer capítulo) recuerda demasiado
a Green Hill Zone del primer Sonic.
Las batallas contra los jefes finales
podrían haber sido mejor elaboradas. En muchas de ellas puedes
posicionarte en algún lugar del escenario donde el jefe no puede
alcanzarte mientras tú le disparas sin necesidad de moverte, lo que
resta emoción al asunto.
Además, cuando terminas un episodio,
vuelves al menú de selección. Sí, puedes elegir desde el principio
a qué episodio jugar. Sería coherente que fueras por orden pero hay
gente que se pasa el orden de los capítulos por el arco del triunfo
y se irá directamente al episodio final, cargándose toda la trama.
Bueno, no es que el juego tenga mucha trama pero veo más lógico que
en la edición completa, se pudiera pasar de episodio a episodio
automáticamente.
Bienvenido a Green Hill Zone... Digo... Diamondus... Bienvenido a Diamondus. Fuente
Por lo demás, Jazz Jackrabbit es un
ejemplo más de que las plataformas, género normalmente asociado a
las consolas, pueden funcionar bien en el mundillo pecero. Por
desgracia, actualmente, la única manera de hacerte con una copia del
juego es buscando en páginas de abandonware y haciéndolo rular con
Dosbox. Si lo consigues, disfrutarás como un niño en una tienda de
videojuegos de los 90.
Y hasta aquí la entrada de hoy. Te
espero el viernes que viene para contarte más cosas sobre juegos
venidos de una época más sencilla.
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